jueves, 10 de noviembre de 2011

El enigma del hundimiento del Maine



Publicado el 10 noviembre, 2011 por Mario Escobar
El hundimiento del buque de guerra estadounidense Maine es posiblemente el enigma bélico y político más antiguo sin resolver. Después de ciento ocho años sigue sin saberse a ciencia cierta por qué se hundió el Maine en el puerto de La Habana. ¿Todo se debió a una coincidencia, un desgraciado accidente o la negligencia de la tripulación? Dos comisiones norteamericanas, la de 1898 y la de 1911, y una comisión española no se pusieron de acuerdo en las causas y autoría de la explosión. ¿Realmente existió una conspiración detrás del hundimiento del Maine?
Saliendo del polvo de la Historia
Los Estados Unidos de Norteamérica no siempre fueron una próspera y prometedora nación. Tras su costosa Guerra de Independencia en 1775, los Estados Unidos tuvieron que negociar con Francia la posesión de la Lousiana (1803), y la compra de Florida a España, poco tiempo más tarde. Después del apoyo de la nueva nación norteamericana a la república de Tejas (1836), Estados Unidos declaró otra vez la guerra a México y anexionó vastos territorios hasta Río Grande. Tras esta serie de triunfos militares, los norteamericanos se enfrentaron en 1861 en una violenta guerra fraticida, que después de cinco años y medio millón de muertos, dejó al joven estado sumido en la pobreza y el desorden social, produciendo profundas heridas entre el Norte y el Sur. Los norteamericanos necesitaban nuevos horizontes para conseguir la reconciliación nacional y apuestar por un objetivo común, “una nueva frontera que conquistar”; su hegemonía en el continente americano.
La doctrina Monrue, proclamada en 1823 en respuesta al intervensionismo europeo en México, ponía el énfasis en la idea de que el campo natural de influencia norteamericana era América Central y América del Sur. España suponía, como última potencia extranjera en la zona, el primer escollo en la construcción del nuevo orden panamericano. En este sentido, varios presidentes norteamericanos intentaron llegar a un acuerdo con el gobierno español sobre sus posesiones en el Caribe. La compra, setenta años antes, de la Louisiana y Florida, así como la posterior adquisición de Alaska a los rusos, hacían presagiar una respuesta positiva del gobierno de Madrid, por otro lado muy debilitado por su situación interna, la guerra civil con los carlistas y la rebelión de los cubanos. Pero el intervensionismo de los Estados Unidos en Cuba se remontaba a mucho tiempo antes.
En 1740, las todavía trece colonias mandaron un pequeño grupo expedicionario, compuesto por británicos y colonos, a Guantánamo en la parte oriental de Cuba, grupos armados que fueron reducidos con facilidad por España. En 1762, un nuevo intento de los británicos, apoyados por hombres de Virginia y Nueva Inglaterra, ocupó La Habana. Pocos después España recuperó la ciudad gracias al Tratado de paz de París en 1763. En 1809, en plena ocupación francesa de España, los Estados Unidos tantearon en La Habana, por medio de su negociador James Wilkinson, la posibilidad de anexión de Cuba por parte de su país. Jefferson Davis, futuro presidente sureño, lo dijo sin ningún tipo de tapujos en un discurso en el Senado: “Cuba tiene que ser nuestra”. Otros intentos de anexionarse la isla, estuvieron secundados por supuestos nacionalistas cubanos al servicio de los Estados Unidos, como el realizado por el venezolano Narciso López, militar apoyado por el Club de La Habana , que intentó proponer un nuevo desembarco en 1848, pero los Estados Unidos prefirieron en ese momento agotar la vía diplomática, ofreciendo a España la suma de 100.000.000 millones de dólares. Oferta que España rechazó.
En mayo de 1850, Narciso López logró cierto apoyo norteamericano y desembarcó en Cuba con unos seiscientos voluntarios estadounidenses, que fueron rápidamente reprimidos por los soldados españoles. Narciso López fue además el creador de la bandera de Cuba, inspirada claramente en la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica.
Tras la muerte de López, los norteamericanos no cejaron en su empeño de anexionar Cuba, ésta vez de la mano del gobernador de Mississipi, John A. Quitman. En el año 1854, a petición del gobernador se hizo una nueva oferta al gobierno español, ésta vez de 120.000.000 millones de dólares. Los estadounidenses intentaron en numerosas ocasiones la compra de la isla . La Guerra Civil de los Estados Unidos no detuvo los intentos del Sur por hacerse con las posesiones antillanas, pero hizo imposible una nueva invasión por parte de los confederados. Una vez terminada la guerra, a pesar del gran desgaste económico y social, los norteamericanos realizaron nuevas ofertas de compra.
La masacre del Virginius , el 31 de octubre de 1873, iba a cambiar la política de los gobiernos estadounidenses. La reacción de la opinión pública no se hizo esperar. Entraba en escena uno de los actores determinantes en al crisis del Maine y la posterior guerra; el pueblo de los Estados Unidos. A partir de entonces, la leyenda negra cubana, basada en la supuesta actuación inhumana de los españoles no hará más que aumentar. El caso de Evangelina Cisneros, una adolescente detenida en las cárceles de La Habana por ayudar a fugarse a su padre y, su posterior muerte, escandalizó al público norteamericano.
En la década de los ochenta la política exterior estadounidense estaba apunto de dar un giro de ciento ochenta grados. El esfuerzo de la Armada para imponer su dominio en todo el mundo, unido al apoyo, más o menos encubierto, a organizaciones independentistas como la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York, estaba preparando el terreno para un enfrentamiento armado. ¿Cuándo surgiría el momento propicio para arrebatar Cuba y Puerto Rico a España?
Malas decisiones y un esfuerzo autonomista tardío
La grave situación interna de la década de 1868-1878 contribuyó a dar esperanzas a los independentistas cubanos. El Ejército Nacional de Cuba dirigido por el general Máximo Gómez, de origen dominicano, y el carismático Antonio Maceo Granajales, tenía en jaque al ejército español. La Guerra de los Diez años puso de manifiesto la incapacidad del gobierno español para resolver la crisis. Al final, tan sólo el Pacto de Zanjón (11 de febrero de 1878) puso fin a la cruenta guerra. Un año más tarde, la Guerra Chiquita ponía de manifiesto las divisiones dentro de las filas de los propios revolucionarios cubanos.
La situación en Cuba empeoraría en la década de los ochenta y los noventa del siglo XIX. La Guerra del 1895 fue la prueba más difícil que tuvo que atravesó el pueblo cubano en su historia. La rebelión se produjo en tres frentes distintos. En el oriente, cerca de la ciudad de Santiago de Cuba y, en el norte y centro en las zonas de Matanzas y Santa Clara. Los rebeldes tenían más apoyo exterior que nunca. A la ayuda de los Estados Unidos había que sumar la de países como Perú, Colombia o México. Este apoyo se tradujo en 1895 con la llegada a Cuba dieciséis expediciones rebeldes.
La muerte de José Martí, líder de la revolución cubana, en la sierra el 19 de mayo de 1895, descabezaba en parte a los rebeldes y reforzaba la postura de los anexionistas.
La situación en Cuba era tan alarmante, que el gobierno de Canovas decidió el 7 de enero de 1896 la sustitución del general Arnésio Martínez Campos por el general Valeriano Weyler. La llegada de Weyler a la isla fue determinante para frenar la insurrección, pero su política represiva y la creación de las “concentraciones ”, una especie de campos de concentración, produjo un efecto bumerán, acrecentando el odio entre peninsulares e insulares. Weyler, apoyado por un ejército de 165.551 soldados repartidos entre Cuba y Puerto Rico, aplastó a los insurrectos, mató a Maceo y acorraló al general Máximo Gómez en el oriente de la isla.
El asesinato del presidente de gobierno español Canovas del Castillo por un anarquista italiano, instigado por los revolucionarios cubanos en París, propició la salida de Weyler de Cuba y la concesión de la autonomía para la isla. El nuevo presidente, Práxedes Mateo Sagasta prometió, tras jurar su cargo, propiciar el autogobierno en Cuba. La autonomía llegaba demasiado tarde; las posturas se habían radicalizado demasiado para llegar a una salida pacífica al conflicto.
1898 y una serie de desgraciados incidentes
El nuevo gobierno norteamericano presidido por McKinley adoptó las viejas fórmulas para conseguir la anexión de Cuba; la compra de la isla por un monto de 300.000.000 millones de dólares. La oferta fue rechazada y los estadounidenses comenzaron a pensar que la anexión pacífica de las posesiones españolas era imposible.
El 12 de eneros de 1898 el periódico cubano El Reconcentrado publicó un polémico artículo titulado Fuga de pícaros, en el que se hacía referencia a la salida de la isla de varios colaboradores del general Weyler. Un grupo de oficiales españoles se manifestó frente al periódico y destrozó sus instalaciones. El embajador norteamericano en La Habana, Fitzhugh Lee, solicitó la presencia de un buque de guerra para defender los intereses norteamericanos y el gobierno de McKinley ordenó al Maine que tomara rumbo a Cuba, para realizar una visita amistosa.
El 9 de febrero, la publicación de una carta del embajador español en Washington, Enrique Dupoy Lôme, en la que este criticaba duramente al presidente McKinley, agravó la tensa crisis diplomática entre España y los Estados Unidos.
Unos días más tarde, el martes 15 de febrero a las 9.40 de la noche, dos explosiones continuadas hundían al Maine en el puerto de La Habana. La mayor parte de los marineros murieron al instante, de un total de 354 tripulantes, tan sólo 98 lograron salvar la vida.
La Explosión
El Maine llevaba amarrado en la misma bolla del puerto de La Habana desde el 25 de enero. Tan sólo quedaban dos días para que regresara a su base de cayo Hueso en Florida (USA.). El aspecto del buque en la bahía era imponente. Tenía dos chimeneas y dos mástiles militares, con cofas de combate. Sus 90 metros de eslora, una manga de construcción de 16 metros, un desplazamiento de medio de 6.682 toneladas y una velocidad de régimen de 17 nudos, le convertían en una de las joyas de la Armada de los Estados Unidos. Defendido por cuatro cañones de 23 centímetros, divididos en dos torres, y seis cañones de 14 centímetros, era una máquina mortífera. Además, el Maine, con sus apenas 10 años de antigüedad, era relativamente un barco moderno.
El capitán del Maine, Charles Sigsbee, era un marinero experimentado que había luchado en el bando federal durante la Guerra Civil y participado en la batalla de Mobile Bay. Aunque tenía algunos puntos negros en su expediente, como un accidente en el puerto de Nueva York y algunas reprimendas por descuidar la seguridad y la higiene en los barcos que gobernaba. Cuando se produjo la explosión Sigsbee llevaba menos de un año al mando de su nuevo barco.
El propio capitán Sigsbee, superviviente del hundimiento del barco, escribió el telegrama alertando de la explosión a la base naval de Cayo Hueso. En él se informaba escuetamente del hundimiento del barco y de la cordialidad de las autoridades españolas y, la sorprendente noticia de que ningún oficial del barco había muerto.
Tras el impacto inicial, España y los Estados Unidos crearon dos comisiones de investigación paralelas, que llegarían a conclusiones muy diferentes.
El informe técnico de los buzos dio algo de luz a la misteriosa explosión del Maine. A pesar de la mala visibilidad del agua del puerto, debida a la acumulación de lodo, la habilidad del alférez Wilfred van Powelson, permitió describir con bastante fiabilidad el efecto de la explosión en el barco.
La potente explosión había destrozado la proa del barco por delante de la segunda chimenea. La fuerza de la explosión había levantado la proa, para después caer sobre sí misma. Los accesorios de esa parte de la cubierta estaban al revés; como era el caso del cañón de proa y la torre de protección.
Los daños de la potente explosión eran normales, pero los investigadores se sorprendieron al comprobar que la a la altura de la Cuaderna 18, la quilla había sido lanzada hacia arriba de modo que su aspecto era como el de una “V” invertida. Otra de las cosas que comprobaron al revisar los planos fue que a la altura de la cuaderna 18 se encontraba uno de los depósitos de municiones del barco. ¿Podía la explosión de los pañoles de municiones haber producido un daño tan potente en la quilla? ¿Alguien había colocado alguna mina a la altura de los pañoles de municiones, con el fin de multiplica la fuerza de la explosión o estos habían estallado espontáneamente?
Las teorías del accidente
Una de las teorías sobre las posibles causas del hundimiento del Maine consistió en que todo se hubiera debido a un desgraciado accidente. Sigsbee, el capitán del Maine, fue uno de los primeros en argumentar esta posibilidad. Los accidentes en buques de la Armada no eran tan extraños. La única manera de determinar si todo se debía a un accidente era intentar explicar como se había producido la explosión y si esta había sido interna o externa.
El 18 de febrero, Philp Alger, el principal experto de artillería de la Marina, realizó unas declaraciones que molestaron mucho a la Secretaría de Marina. En un artículo publicado por el Washington Evening Start decía lo siguiente: En cuanto a la cuestión de la causa de la explosión del Maine, sabemos que ningún torpedo conocido para la guerra moderna puede por sí solo causar una explosión del carácter de que la que se ha producido a bordo del Maine… Esa explosión (una explosión exterior) simplemente habría hecho un gran agujero en un lado o en el fondo del barco, a través del cual habría entrado el agua y como consecuencia, se habría hundido el barco. Las explosiones de los pañoles, por el contrario, producen efectos muy similares a los causados por la explosión a bordo del Maine… La causa más común (de dichas explosiones) es un incendio en las carboneras.
Las declaraciones de Alger indignaron a Roosevelt, subsecretario de Marina, que había intentado ocultar el informe del experto, apostando desde el principio por una causa externa provocada por los españoles.
El secretario de Marina, el senador Long, encargó la creación de una comisión compuesta por varios oficiales sobresalientes del ejército, rechazando las pretensiones de Roosevelt de crear una comisión títere de oficiales jóvenes cercanos al subsecretario. Los hombres elegidos por McKinley, Long y el contralmirante Sicard fueron: el capitán William Sampson, el capitán French Chadwick, el capitán de corbeta William Potter y el capitán de corbeta Adolph Marix.
Los españoles mientras tanto formaban su propia comisión, elegida por el almirante Manterola y compuesta por el capitán Don Pedro del peral y Caballero y el alférez de navío Don Francisco Javier de Salas y González. Los norteamericanos desoyeron las peticiones españolas de crear una comisión conjunta. La comisión norteamericana llegó al puerto de La Habana el 21 de febrero a bordo del buque nodriza Mangrove.
La comisión española siempre defendió que las causas del hundimiento del Maine se debían a una explosión interna producida, con toda seguridad, por el calentamiento de los pañoles de municiones, debido a la proximidad de las calderas del barco. Para argumentar la explosión interna argumentaban tres cuestiones: en primer lugar, ningún testigo había visto una columna de agua, señal inequívoca de una explosión externa; en segundo lugar no habían aparecido peces muertos en la zona, que señalarían a una explosión externa; por último, el sonido de la explosión no habría sido tan fuerte debajo del agua.
Las objeciones a esta teoría de la explosión interna eran numerosas. En primer lugar, la columna de agua no era tan visible en plena noche y la mayor parte de los testigos oculares habían muerto. En segundo lugar, los peces en esa zona cenagosa no eran muy numerosos y por último, muchos de los supervivientes argumentaban haber escuchado dos explosiones casi simultáneas. Por otro lado, al parecer nadie había podido acceder a las carboneras , ya que las llaves de las mismas fueron encontradas por los buzos en el camarote del propio capitán Sigsbee.
Otro de los posibles accidentes, la detonación de los torpedos del Maine también fue desestimada, ya que los detonadores de los mismos se encontraron almacenados en la popa del barco, por lo que era imposible su explosión. Además, el hecho de que el Maine hubiera estado armado en una misión pacífica, en un puerto soberano, hubiera supuesto un grave problema diplomático.
El propio miembro de la comisión norteamericana, el capitán Chadwick, confesó que al principio la mayor parte de la comisión creía que se trataba de una explosión interna, pero las declaraciones de varios especialistas y las dos explosiones escuchadas por los testigos les hicieron cambiar de idea.
Fueron los españoles
La tesis de gran parte de la opinión pública norteamericana consistió en idea preconcebida de que la explosión había sido provocada por los españoles. Los periódicos amarillistas de Hearst y Pulitzer caldearon el ambiente culpando a España y pidiendo al presidente McKinley la inmediata intervención en la isla. El agresivo artículo del Journal, titulado Recordar el Maine y al infierno con España produjo una avalancha de voluntarios dispuestos a combatir contra los “malvados” españoles.
El 6 de marzo comparecieron ante la comisión norteamericana varios especialistas que redundaron en la teoría de la doble explosión. Una primera producida por una mina y la segunda en los pañoles de municiones, a causa de de la primera. Aquel día, el primero en declarar fue el constructor naval John Hoover; un especialista posicionado a favor de las teorías preconcebidas en personajes como Roosevelt. Sus declaraciones no fueron tenidas muy en cuenta. El informe del capitán de fragata George Converse, especialista en explosiones subacuáticas, confirmó la teoría de la doble explosión. Para ello argumentó que una mina había sido depositada cerca del fondo del puerto y que la segunda explosión, consecuencia de la primera, había sucedido en los pañoles de proa. Marix, uno de los miembros de la comisión, planteó una pregunta al capitán Converse sobre la posibilidad que la explosión de los pañoles y la posterior entrada del agua habría producido una fuerza capaz de invertir la quilla en forma de “V”. Converse no supo que contestar, no era especialista en la construcción de barcos, tampoco pudo asegurar que una mina externa hubiera sido lo suficientemente potente para explosionar los pañoles de proa.
El hecho de que la comisión norteamericana pensara que una mina había ocasionado en hundimiento del Maine, significaba acusar directamente a España de la agresión. En el caso de que los españoles no hubieran colocado la mina, era responsabilidad suya la seguridad del Maine en su puerto. Sigsbee se inclinaba a pensar en un accidente no deseado por los españoles. Defendía la idea de que los españoles habían minado el puerto al creerse abocados a una guerra, la noticia por sorpresa de la llegada del Maine no les había permitido quitar las minas y una de ellas había reventado su barco. Otros norteamericanos apuntaban a la actuación de miembros del ejército español radicales que desearan la guerra con Estados Unidos y hubieran acercado una mina hasta el barco.
Las pruebas sobre las teorías de la culpabilidad española no eran muy sólidas y, su único punto fuerte era la posibilidad de la doble explosión. La idea de que el puerto de La Habana estaba minado era descabellada, ya que hubiera supuesto la inutilización del mismo. Por otro lado, el aviso de la llegada del Maine a La Habana había sido tan precipitado, que apenas habría dado tiempo a colocar minas en la bahía. Además, si las minas estaban colocadas desde la llegada del Maine a La Habana, ¿por qué no habían explotado mucho antes? La vigilancia del barco, que se encontraba en alerta máxima, dificultaba el acercamiento de ninguna mina durante su amarre en el puerto. El embajador Lee defendió la posibilidad de que unos nadadores hubieran acercado un tonel cargado de 100 kilos de algodón pólvora, dejándolo en algún sitio a la espera de que el barco chocara contra él. Esos individuos bien podían haber sido cubanos que querían provocar la guerra entre España y los Estados Unidos.
Fueron los cubanos
La posibilidad de que un grupo de revolucionarios cubanos hubiera podido acercar un barril de pólvora hasta el Maine es una de las teorías sobre la posible autoría de los cubanos, algunas de ellas francamente sorprendente.
Los revolucionarios cubanos estaban divididos en varios grupos, aunque, supuestamente, todos estaban bajo la autoridad del general Máximo Gómez. Un primer grupo estaba en el exilio repartido por varios países de América y Europa. De este grupo destacaba la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York. Los exiliados se encargaban de recaudar fondos, armas y enviar contingentes de voluntarios para continuar la lucha armada en la isla. Otro grupo clandestino actuaba dentro de los territorios dominados por el ejército español y, un tercer grupo combatía en las sierras, acosados constantemente por los soldados peninsulares.
El ejército revolucionario cubano se encontraba muy debilitado en el momento de la explosión del Maine, por otro lado, sortear la vigilancia del puerto y del propio buque, aún en plena noche, hubiera sido sumamente difícil.
John F. Tarpey, en un artículo en la revista naval Proceeding , afirmaba que el Maine fue hundido por una mina española, apoyando la versión oficial de la Armada de los Estados Unidos y en contra de las teorías de Rickover, de que la causa del hundimiento del maine fue accidental.
Muy distinta es la teoría de Jorge Navarro Custín , que aunque defiende que la causa de la explosión del Maine fue una mina, niega la culpabilidad de españoles y norteamericanos, apuntando hacia la posible culpabilidad de los revolucionarios cubanos. Concretamente, su tesis se basa en la fabricación de una mina que tendría un origen cubano-peruano.
La mina cubano-peruana habría sido diseñada por Federico Blume, un ingeniero de origen alemán, auque nacido en América. Blume había trabajado para el gobierno peruano en los ferrocarriles, pero debido a la guerra entre España y Perú de 1866, había creado un prototipo de submarino y de mina para atacar a los barcos españoles. Al final el submarino no se construyó, pero en la guerra de Perú contra Chile de 1879, se rescató el proyecto y se creo un prototipo. Blume diseñó también una mina hidrostática para su submarino.
La mina hidrostática se podía adherir al casco del barco y mediante unos cables eléctricos detonaban su carga de dinamita. Pero, ¿dónde se encuentra la conexión entre el submarino de Blume y su mina y los revolucionarios cubanos?
La conexión entre peruanos y cubanos habría que encontrarla en los diferentes clubes pro-cubanos en Perú y en el revolucionario Manuel Portuondo, que llevaba varios años en Lima defendiendo la causa revolucionaria. En 1887, el general Máximo Gómez viajó al Perú y se entrevistó con varios destacados miembros del país. Allí conoció el general al ingeniero Blume que simpatizaba con la causa cubana. Posiblemente, el mismo Blume le habló de su proyecto de submarino, pero no entregó los planos a los cubanos hasta la llegada de Arístides Agüero, al que facilitó los planos del submarino y la mina. Arístides envío todo el material a la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York. Nunca más se supo de esta trama peruana y nunca fue mencionada por la comisión norteamericana de 1898 ni por la posterior de 1911.
El general Máximo Gómez negó su participación en la explosión del Maine, por lo que otras teorías han apuntado directamente a la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York.
Según esta teoría, el agente cubano Arístides Agüero, junto a nueve activistas adiestrados por anarquistas de Garibaldi, habrían viajado hasta La Habana y explosionado el buque . Nunca se encontraron los restos de ninguna mina ni se probó la existencia de un submarino prototipo fabricado a partir del proyecto del ingeniero Blume.
Fueron los norteamericanos
La teoría de la intervención de los norteamericanos en el hundimiento de un buque de su propia armada parece del todo descabellada, pero hay algunos indicios que deberíamos apuntar.
El presidente McKinley no estaba en principio dispuesto a propiciar una guerra con España bajo su presidencia. A pesar de las presiones de buena parte del congreso, de los periódicos y de miembros de su propio gobierno y de la secretaria de Marina, el presidente buscó en todo momento una salida pacífica. Con esa intención envío a Madrid al general Woodford, que en varias ocasiones estuvo a punto de conseguir la venta de las islas, a una monarca cansada de los quebraderos de cabeza que le proporcionaba Cuba.
La teoría de la conspiración para provocar una guerra entre España y los Estados Unidos cobra fuerza a raíz de la tendencia de los Estados Unidos a embarcarse en las guerras como parte agredida y nunca como parte agresora. El hundimiento del trasatlántico Lusitania en 1914, que empujó a los Estados Unidos a entrar a la primera Guerra Mundial; el caso del ataque a Pearl Harbour, por los japoneses en la segunda Guerra Mundial; que sacó a los Estados Unidos de su política de neutralidad o el más significativo del golfo de Tonkín de 1964, por el que el Congreso de los Estados Unidos aprobaba la intervención en Vietnam, parece confirmar las teorías de la conspiración estadounidense. En los años sesenta, del pasado siglo, muchos especialistas compararon el caso de Tonkín con el del Maine.
La teoría sobre la conspiración norteamericana fue defendida por Ferdinand Lundberg. Según Lundberg, algunos sectores de la economía y de la política temían que la autonomía recién estrenada en Cuba, terminara con las revueltas y no se produjera una anexión norteamericana. Por ello, Hearst y algunos políticos y magnates del azúcar habrían orquestado un plan para hundir el Maine. El yate Bucanero propiedad de Hearst había atracado en La Habana durante la estancia del buque de guerra en la ciudad. Al parecer fue obligado a abandonar el puerto unos días más tarde. Entre los tripulantes había varios norteamericanos de origen cubano.
Aunque los indicios son muy poco sólidos, si podemos hablar de varias negligencias y omisiones en la investigación de la comisión norteamericana de 1898 . Entre las negligencias y omisiones destacan las siguientes:
En primer lugar, el secretario de Marina Long tendría que haber elegido la comisión de investigación de 1898, pero delegó su función e Sicard, el almirante de la flota del Atlántico Norte. La lista de Sicard fue más tarde desestimada y se desconoce quien propuso los nombres de la comisión definitiva.
En segundo lugar, la comisión presentó su informe dividido en dos partes: actas y conclusiones. En ningún momento la comisión informó sobre que razonamiento de las actas, que eran las transcripciones de los testigos y técnicos, les habían llevado hasta sus conclusiones. El informe omitió cualquier alusión al diario de a bordo del capitán Sigsbee. El tribunal no trató de comprobar si los pañoles de municiones seguían intactos. Tampoco se convocó a un verdadero técnico en la materia, todos los técnicos consultados pertenecían a la marina, menos Hoover, que había sido recomendado desde la secretaría de la Armada.
El Comité del Senado para Asuntos Extranjeros, que estudió el informe, no dio importancia a los informes técnicos. Sigsbee declaró ante este comité que conocía información privilegiada sobre el caso que no podía difundir.
Todos los miembros de la comisión norteamericana fueron ascendidos después de la guerra con España, como una especie de pago a sus servicios.
Pero, a pesar de todo, ¿pudo la Armada hundir uno de sus barcos cargados de marineros para provocar la guerra con España? Se ha argumentado a este respecto, que la conspiración norteamericana no habría tenido la intención de hundir el Maine, pero que un fallo de cálculo habría hecho explotar los pañoles de municiones y habría ocasionado la pérdida de vidas inocentes. No deja de ser sorprendente que no muriera ningún oficial en la explosión y que la mayor parte ni siquiera estuviera a bordo aquella noche.
La comisión de 1911, que reflotó el barco para después hundirlo mar a dentro, tampoco aportó nuevos datos más allá de especificar el lugar exacto de la explosión, menos cerca de la proa que se creía, hacia la cuaderna 28 y no 18, como se afirmó en la comisión de 1898.
Las investigaciones de Rickover en los años sesenta del siglo XX concluyeron con la tesis de que la explosión fue interna y posiblemente accidental.
Tras ciento ocho años de teorías podemos afirmar que hubo una conspiración para acusar a España de la explosión, ya fuera esta accidentada o provocada; que la Armada de los Estados Unidos buscó cerrar rápidamente la investigación y echar tierra en el asunto. Desde la secretaria de Marina, Roosevelt presionó y manipuló a la comisión para acelerar sus conclusiones. El propio Woodford, embajador en Madrid, escribió a McKinley sobre sus dudas acerca de la justicia de su causa: ¿Podrá darle (a la guerra) su aprobación el sano juicio de nuestro pueblo y el juicio definitivo de la Historia? Esta preocupación me oprime enormemente.
Mario Escobar Golderos.
Escritor y licenciado en Historia y Diplomado en Estudios Avanzados por la Universidad Complutense de Madrid.

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